España saqueada: Historia del expolio artístico y cultural

España saqueada: Historia del expolio artístico y cultural

El saqueo de España no comenzó con bombas ni incendios. Antes de que el arte fuera escondido, vendido o incautado durante la Guerra Civil, ya había sido arrancado de monasterios, dispersado en subastas y olvidado por decretos. Esta primera entrega del especial recorre el origen institucional del expolio artístico en España, desde las desamortizaciones del siglo XIX hasta las primeras alertas sobre la pérdida de sentido y de memoria.

A través de análisis históricos, reflexión museológica y crítica ideológica, exploramos cómo el patrimonio fue vaciado antes de que fuera destruido. Lo que sigue no es solo un relato de pérdidas materiales, sino de la amputación simbólica de una parte esencial de nuestra identidad cultural.

¿Cómo influyeron la exclaustración y la desamortización en el patrimonio cultural español?

Germán Rueda
Germán Rueda

Los procesos que constituye la exclaustración (la expulsión de la mayoría de los frailes de sus conventos y monasterios) y la desamortización (la nacionalización y posterior enajenación de sus bienes, así como los de las monjas y la mayoría de las instituciones del clero secular) tenían intenciones y consecuencias muy diversas. Comenzaron en el siglo XVIII (expulsión de los jesuitas) y continuaron en el XIX con la invasión francesa y el Trienio Liberal. Se extendieron desde 1835 hasta 1874 con la monarquía de Isabel II y el Sexenio.

Lógicamente tuvieron efectos muy negativos para el patrimonio de las entidades eclesiásticas y en muchos casos el patrimonio sufrió desapariciones, daños o destrucciones irreversibles sobre todo en el patrimonio arquitectónico.

Expulsión de los jesuitas de los estados de España, 31 de marzo de 1767
Expulsión de los jesuitas de los estados de España, 31 de marzo de 1767

Durante el reinado de José I la legislación aparenta una intención cultural de la exclaustración y desamortización. La realidad: fue un «puerto de arrebatacapas» para los afrancesados. Más negativas aún fueron las ocupaciones de monasterios por el ejército francés, con el deterioro que conllevaba. Bastantes, como el de San Francisco de Reinosa, se incendiaron total o parcialmente. Tremendo fue el expolio que llevaron a cabo los mariscales franceses de arte mueble y libros.

El proceso continuó con desorden en el Trienio (1820-23): Se exclaustraron unos mil monasterios fundados en las edades media y moderna, que cobijaban entre sus muros una ingente cantidad de bienes artísticos y culturales. Teóricamente se devolvieron a los religiosos en 1824. La realidad es que buena parte de ellos permanecieron desocupados y arruinándose hasta que en 1835, si los hubo, volvieron a los compradores de 1820-23 o se pusieron de nuevo en venta. En cuanto al patrimonio mueble se delegó su custodia en las autoridades civiles y eclesiásticas. La realidad es que no dio tiempo a casi nada.

El proceso desde 1835 provocó la supresión de otros miles de conventos y monasterios de frailes y monjas. La casi totalidad de los varones (excepto las Escuelas Pías, y los colegios de misioneros para Filipinas) y, más de la mitad de los de monjas (que se reagruparon). Si lo comparamos con lo que se hizo entre 1808 y 1823, se llevó con algo más de orden e incluso se pueden descubrir algunos efectos positivos.

Desde 1835 se crearon comisiones provinciales de arte para el conocimiento y la protección de bienes. Cada comisión estaría «compuesta por cinco personas inteligentes y celosas por la conservación de nuestras antigüedades». Tendría secciones de bibliotecas y archivos, escultura y pintura, arqueología y arquitectura. Con más o menos medios y fortuna elaboraron inventarios y decidieron su uso.

Combate heroico en el púlpito de la iglesia de San Agustín de Zaragoza en el segundo sitio de 1809
Combate heroico en el púlpito de la iglesia de San Agustín de Zaragoza en el segundo sitio de 1809 - Museo del Prado

Los edificios nacionalizados podrían dedicarse a cuarteles, colegios, escuelas, fábricas, museos, bibliotecas, hospitales o cárceles; posibilitar la apertura de nuevas calles y el ensanche de las ya existentes; crear plazas y mercado; enajenarse en pública subasta.... Asimismo, los obispos podían reclamar los templos de los monasterios para uso parroquial.

De todo hay ejemplos: dedicación a usos públicos, la venta a particulares con frecuencia sin garantías de conservación (aunque otros los cuidaron y han llegado a nuestros días en relativo buen estado, muchos reconvertidos para uso hotelero), demolición de edificios de interés artístico por intereses urbanísticos y otros que no se vendieron se convirtieron en ruinas que todavía se pueden observar por toda España.

El ex-monasterio de San Miguel del Monte, ó de la Morcuera. Fue uno de los exclaustrados en la desamortización de Mendizábal
El ex-monasterio de San Miguel del Monte, ó de la Morcuera. Fue uno de los exclaustrados en la desamortización de Mendizábal

Hay que resaltar que la mayoría de los cien colegios y casas de jesuitas se dedicaron a universidades (por ejemplo, San Isidro de Madrid) o a institutos de enseñanza.

Las obras de arte y libros que contenían los conventos y monasterios corrieron suerte diversa. Muchos retablos, esculturas, cuadros y libros se perdieron, otros se enajenaron indebidamente, sobre todo objetos de plata y oro. En algunos casos (como en agosto de 1836) se autoriza la venta de «alhajas, campanas y muebles» para fondos urgentes de guerra. Otros pasaron a formar los fondos de los nacientes museos de arte y bibliotecas provinciales o el Archivo Nacional.

Vayamos a los aspectos más positivos. Puede afirmarse que con la desamortización se inaugura una nueva etapa en la consideración pública del patrimonio cultural.

Desde 1838, se legisla que donde haya universidad pasen a ella los fondos procedentes de los monasterios y conventos para uso de todos los ciudadanos y donde no, que se destinen al instituto o se cree una biblioteca en cada capital de provincia. Asimismo, se incorporaron a la Biblioteca Nacional unos 70.000 volúmenes procedentes de los conventos y monasterios de Madrid. Además, en 1869, Manuel Ruiz Zorrilla (una mezcla de demagogo y anticlerical) decretó la incautación de los archivos, bibliotecas y colecciones de arte en poder de catedrales, cabildos, monasterios y órdenes militares, por lo que llegaron a la Biblioteca Nacional obras procedentes de las catedrales de Ávila y Toledo.

Gobierno Provisional de 1869 con Figuerola, Ruiz Zorrilla, Sagasta, Prim, Serrano, Topete, López de Ayala, Lorenzana y Romero Ortiz
Gobierno Provisional de 1869 con Figuerola, Ruiz Zorrilla, Sagasta, Prim, Serrano, Topete, López de Ayala, Lorenzana y Romero Ortiz

Los pocos monasterios masculinos que no se desamortizaron, como los agustinos filipinos de Valladolid o los agustinos que se instalaron en la Vid (Burgos), recogieron también miles de magníficos libros que engrosaron unas bibliotecas impresionantes.

Igualmente, desde 1838, se crean los museos provinciales de Bellas Artes con los objetos artísticos de los monasterios y conventos. No obstante, la bibliotecas y museos provinciales tardaron en arrancar. A la altura de 1845, la Memoria de la Comisión Central reconocía que la mayor parte de las capitales de provincia aún no los habían organizado. El Estado se proponía adoptar las medidas necesarias para contener «la devastación y la pérdida de tan preciosos objetos» que había tenido lugar durante las décadas previas.

Recuperar el Patrimonio expoliado para reconstruir la Historia

María Rodríguez Velasco
María Rodríguez Velasco

Los procesos de desamortización y los efectos de las contiendas de los siglos XIX y XX llevaron a una importante dispersión, incluso pérdida, de nuestro patrimonio histórico-artístico. Un estudio de la historia del arte, o un atento recorrido por los museos, revela que hoy muchas obras las contemplamos totalmente descontextualizadas respecto a su origen.

Pinturas extrapoladas de programas iconográficos unitarios o capiteles sustraídos de las arquitecturas que los vieron nacer, forman parte de colecciones que nada tienen que ver con su pasado y con su historia particular.

Iglesias y monasterios se vieron despojados de sus más preciados tesoros, desdibujándose con ello buena parte de su semblanza. Si bien muchos fueron víctima de la rapiña de particulares, los museos hicieron una importante labor de conservación y evitaron que perdiéramos definitivamente el rastro de piezas de gran valor.

Basta apreciar, por ejemplo, los capiteles que integran la colección de los reinos cristianos del Museo Arqueológico Nacional, procedentes de Santa María la Real (Aguilar de Campoo, Palencia).

Capiteles del Claustro de Santa María la Real en el Museo Arqueológico Nacional
Capiteles del Claustro de Santa María la Real en el Museo Arqueológico Nacional

En la sala valoramos su talla, o la variedad de su repertorio, pero olvidamos que esto es reflejo de la prosperidad de uno de los monasterios premonstratenses más importantes de Castilla en la segunda mitad del siglo XII. Transformado en sede de la Fundación Santa María la Real, un reciente proyecto ha impulsado réplicas de dichos capiteles, para que estos sean incardinados de nuevo en su espacio original tras más de 150 años de exclaustración.

Paradigma de los efectos desamortizadores fue la creación en Madrid del Museo de la Trinidad, en el antiguo Convento de la Trinidad Calzada, próximo a Atocha. Allí se dieron cita, desde 1837, numerosas obras incautadas a fundaciones eclesiásticas, que en 1872 pasaron a engrosar el Museo del Prado. Podríamos citar a este respecto dos ejemplos muy representativos, los retablos de Pedro Berruguete, hoy desmembrados y procedentes del Monasterio de Santo Tomás de Ávila, o las pinturas del Greco para el Colegio de la Encarnación de Madrid.

Esta dispersión de nuestro patrimonio calaba sobre la herida abierta con anterioridad por la Guerra de la Independencia (1808-1814). Para comprobar sus efectos podríamos tomar como muestra dos importantes cenobios burgaleses vinculados con la corte, Santa María la Real de las Huelgas y la Cartuja de Miraflores. En cuanto a la primera, la iglesia del monasterio cisterciense, panteón real desde su fundación por Alfonso VIII en 1187, sufrió con la incursión francesa la profanación de las sepulturas del conjunto. Únicamente quedó intacta la del infante don Fernando de la Cerda, que pasó desapercibida tras el sepulcro de su hijo, don Alfonso de la Cerda.

Precisamente esto ha permitido recuperar un riquísimo ajuar funerario, con ropajes y armas que nos dan idea de la riqueza que en su origen tuvieron estos enterramientos. En el extremo opuesto de la ciudad, al sur del río Arlanzón, los cartujos custodian la sepultura de Juan II e Isabel de Portugal y su majestuosidad se ve truncada por figuras quebradas, ecos de la incursión francesa. Antes de su llegada, los hijos de san Bruno trataron de salvaguardar el tríptico donado en 1445 por el propio Juan II, realizado por uno de los mejores pintores de su época, Rogier van der Weyden.

Tríptico de Miraflores, de Rogier van der Weyde
Tríptico de Miraflores, de Rogier van der Weyde

Para ello lo escondieron en la Catedral burgalesa, donde lo encontró el general Darmagnac, comenzando desde entonces un periplo que culminó en la Gemäldegalerie de Berlín, donde podemos admirarlo actualmente. ¿Qué decir del general Soult y su saqueo en las fundaciones sevillanas de los Murillo, Zurbarán o Alonso Cano? ¿Cómo hablar del Madrid de la Edad Media o del Siglo de Oro sin referir las remodelaciones urbanísticas de José I Bonaparte, que llevaron al derribo de importantes construcciones de la Villa?

El siglo XX tampoco ha quedado al margen de los daños causados en el patrimonio histórico-artístico español, especialmente si miramos la década de los 30, con el desarrollo de la Guerra Civil, cuando nuestra principal pinacoteca se convirtió en acuartelamiento y sus obras tuvieron que ser trasladadas a Valencia y a Ginebra.

Rey José I Bonaparte de François Gérard
Rey José I Bonaparte de François Gérard

Fruto de estos desplazamientos fueron desperfectos como el sufrido por El 2 de mayo de Goya, cuando el camión que lo transportaba chocó con una casa que había sido bombardeada. Con el deseo de investigar sobre el tema que nos ocupa, el pasado 2019 el Museo del Prado celebró el congreso Museo, guerra y posguerra y se dieron a conocer pinturas procedentes de incautaciones a particulares, como las pertenecientes a la colección del primer alcalde republicano de Madrid, Pedro Rico, que están siendo entregadas a sus herederos. Otros museos, como el del Romanticismo, el de Bellas Artes de Valencia o el de Málaga ha decidido seguir este ejemplo.

Embalaje de obras en el Museo del Prado durante la Guerra Civil
Embalaje de obras en el Museo del Prado durante la Guerra Civil

Aunque la restitución de las obras de arte en un proceso complejo es fundamental que, ante cualquier creación artística, nos preguntemos para quién y para dónde se realizó, ya que esto puede explicar su composición, los materiales, la selección del programa iconográfico y el significado último que puede esconderse tras su aparente belleza. De esta forma la recuperación del patrimonio enriquece nuestro conocimiento de la Historia.

Dosificando la barbarie. La iconoclastia progresista

Antonio Flores Lorenzo
Antonio Flores Lorenzo

El primer asalto «progresista» contra nuestro patrimonio cultural lo protagonizó la soldadesca napoleónica, ebria de vino, progresismo e ilustración. Al fin y al cabo, eran epitomes del jacobinismo. El terrible saqueo de córdoba fue un aviso premonitorio. Napoleón consideró que el gigantesco convoy de objetos saqueados fue el principal responsable de la derrota de Bailén. El pillaje del mausoleo de los reyes de León en la increíble Colegiata de San Isidoro.

La voladura del castillo de Olite, considerado el más lujoso palacio medieval de Europa. Podríamos seguir hasta la náusea.

Las destrucciones fueron acompañadas de un pavoroso saqueo de obras de arte. Destacó en el expolio el sofisticado generalato francés, Especialmente el mariscal Soult, el «Virrey de Andalucía». Solo de Sevilla desaparecieron más de mil obras pictóricas de primer orden. Paradigmático resultó el episodio del «equipaje del Rey José» salvado in extremis de ser exportado a Francia, por las guerrillas españolas durante la huida de tan penoso personaje.

Huida del rey José Bonaparte de Vitoria, España, 1813
Huida del rey José Bonaparte de Vitoria, España, 1813

La revolución liberal, tan justa y benéfica ella, supuso otra tragedia para nuestro patrimonio. La agresividad anticlerical de los «progresistas» se cebó en personas y monumentos con un frenesí iconoclasta que hubiese envidiado León el Isáurico.

Aparte de matanzas de frailes, como la de Madrid en 1835, se destruyeron o saquearon incontables obras de arte. Como el insustituible mausoleo de los reyes de Aragón, en la fantástica capilla real del Monasterio de Poblet. Lo destruyeron los propios vecinos ante la culpable indiferencia de las autoridades progresistas tras la revolución de 1834.

Nada de lo descrito es comparable al coste que supusieron las dos grandes oleadas desamortizadoras realizadas por gobiernos progresistas con Mendizábal y Madoz. Supusieron una destrucción incalificable de nuestro patrimonio. Joyas de la arquitectura, tanto religiosa como secular, malvendidas, cuando no abandonadas y saqueadas. Bibliotecas quemadas para hacer sitio. Obras artísticas invalorables desaparecidas. Y todo ello ante la mirada de unas autoridades cómplices o indiferentes, que no podían desconocer el genocidio patrimonial que se estaba produciendo.

Quizás porque pensaron que la desaparición de estos simbólicos, testigos del pasado, contribuiría a eliminar la adhesión de la gente común a sus propias raíces y tradiciones.

Para terminar el recorrido. La declaración de Azaña de que todos los conventos de España no merecían la sangre de un republicano anunciaba un ominoso propósito. Se materializó en los primeros días del nuevo régimen con el incendio y saqueo de más de cien Conventos e iglesias. Las perdidas patrimoniales fueron muy graves. Por destacar alguna: El incendio de la casa profesa de los jesuitas en Madrid significó la perdida de una biblioteca única, que incluía incunables irreemplazables y ediciones príncipe de autores como Lope de Vega, Calderón, Quevedo,…

Incendio de la Residencia e iglesia de los Jesuitas, ubicado entre la Gran Vía y la calle de la Flor
Incendio de la Residencia e iglesia de los Jesuitas, ubicado entre la Gran Vía y la calle de la Flor - EFE

Lo que después sucedió durante la República y la Guerra Civil constituyó el más bárbaro de los asaltos que ha sufrido el patrimonio de nuestro pueblo. Bárbaro porque reunió, como las invasiones de las bandas germánicas, la destrucción y el pillaje indiscriminados con el aprovechamiento interesado de muchos dirigentes. Y digo conscientemente pueblo, en lugar de patria o nación. Porque la mayor parte del pueblo consideraba suyos los edificios que se destruían y las obras de arte que se quemaban.

Hubo cosas que me han conmovido en lo más hondo. El más reciente, hace pocos años. La exposición en el museo del Prado de la única escultura de Miguel Angel existente en España: El San Juan Bautista joven de Úbeda, después de su cuidada restauración. Fue reducido a fragmentos por miembros del sindicato de ferroviarios de la UGT, a los que no se puede considerar «masas incultas». La belleza del «Sanjuanito» es inmarcesible.

San Juanito recuperado de Miguel Ángel
San Juanito recuperado de Miguel Ángel - Museo del Prado

El segundo lo constituyen los museos diocesanos catalanes y aragoneses, especialmente el de Vich. En ellos descubrí, admirado, la belleza de los ábsides y los antealtares de las iglesias y ermitas románicas del pirineo y la franja oriental, incendiadas por los republicanos de Barcelona en su avance hacia Aragón y ¡gracias a Dios¡ recuperadas cuidadosamente después de la guerra.

Y las aún impresionantes ruinas del convento de los escolapios del barrio de Lavapiés de Madrid. Dedicado a la educación de los niños de familias humildes de uno de los barrios más populares de Madrid. Profanad e incendiado en 1936. causa sorpresa y dolor la saña y el odio concentrados para reducir a cenizas tamaña institución.

Para concluir reitero un párrafo que he utilizado en un anterior artículo porque no sé expresarme mejor: «Ahora vuelven a resonar por doquier nuevas voces estruendosas y amargas que llaman a eliminar los símbolos que les molestan. Como si borrando los símbolos pudieran borrar la historia que recuerdan. Como si sus propuestas brutales sirviesen para otra cosa que para intentar imponer su versión a los que pensamos de forma diferente. Posiblemente en los próximos años asistiremos a una nueva ordalía de destrucción de testimonios de belleza encarnada en piedra, esta vez debidamente legalizada. Si se imponen habremos perdido otra parte más del legado artístico y espiritual que nos han dejado nuestros mayores».

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Especial realizado por:

Redacción: Germán Rueda, María Rodríguez Velasco y Antonio Flores Lorenzo. Diseño: David Díaz.

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