
La Puerta del Puente en 1854
El portalón de San Lorenzo
Los alrededores de la Puerta del Puente
«Era una solución elegante, que además se integraba con el cercano Triunfo a San Rafael, pero poco ajustada a la realidad histórica»
La Puerta del Puente ha sido, sin duda, la más monumental de las puertas que se situaban a lo largo de la antigua muralla de la ciudad de Córdoba, y la única que permanece junto a la de Almodóvar. Su construcción está fechada en 1571 y fue diseñada por el arquitecto local Hernán Ruiz Díaz III (1534-1606), aunque en ocasiones se asignara erróneamente a la obra de Juan de Herrera de Maliaño (1530-1597). Hasta entonces, en este mismo sitio o en sus inmediaciones, hubo otra (u otras) puertas, al menos desde época romana imperial, llegándonos el eco de algunos nombres como Puerta de Algeciras o Puerta de la Estatua, por una de la Virgen María que la coronaba.
De estilo renacentista a base de sillares almohadillados, las columnas que la flanquean imitan el estilo dórico y soportan una cornisa con una parte superior rematada en forma semicircular, donde se distingue el escudo de Castilla sostenido por dos guerreros de la época. También se encuentran entre las columnas dos relieves de Torrigiano y una cartela o inscripción que recuerda la fecha de su inauguración por Felipe II.
La idea de su construcción había partido del corregidor de Córdoba Alonso González de Arteaga, precisamente para halagar la visita del monarca a nuestra ciudad en 1570, donde celebró Cortes Generales del reino. En un principio recayó el encargo sobre Francisco de Montalbán (¿?-1598), ‘ingeniero’ cordobés que colaboró con el arquitecto Juan de Herrera, sobre todo en conducciones de agua, pero enseguida se hizo cargo el citado Hernán Ruiz III.
Con las vicisitudes del tiempo y la falta de conservación, la Puerta del Puente fue a poco degradándose, llegando al pésimo estado que muestran sus primeras fotografías en el siglo XIX. A principios del siguiente siglo, en 1912, fue sometida a una reforma que destruyó su muralla circundante, que junto a otra posterior de 1928 le dio un aspecto de arco triunfal o conmemorativo. Era una solución elegante, que además se integraba con el cercano Triunfo a San Rafael, pero poco ajustada a la realidad histórica. Tras otras intervenciones posteriores, la última modificación de calado sería la realizada por el arquitecto Juan Cuenca Montilla en 2005, que incluyó toda la zona adyacente y el Puente Romano.
Entre la Sinagoga y el cine Goya
Los vecinos del antiguo barrio del Espíritu Santo (Campo de la Verdad) accedían por esta puerta a Córdoba para trabajar, hacer sus compras, gestiones o incluso para asistir a los servicios religiosos de su parroquia, que en aquellos tiempos era el Sagrario de la Catedral. Muchas de estas caminatas serían a horas intempestivas, o con mal tiempo, cuando no entre ganados o caballerías como los que hasta mediados del siglo XX no dejaban de pasar por el puente. Además, hay que tener en cuenta que la puerta, como el resto de las del recinto amurallado, se cerraba al anochecer, dejando aislados a estos vecinos.
El sacerdote don Francisco Ruiz Almoguera fue quien, de manera ya más o menos regular, empezó a cruzar diariamente por la puerta y el puente con el fin de asistir a estos olvidados vecinos en su pequeña iglesia o ermita de la Visitación y Espíritu Santo, que finalmente se habilitaría como parroquia propia para el barrio.
Sin dejar del todo el tema religioso, pero dando un gran salto en el tiempo, no tenemos más remedio que recordar aquí a Enrique Cuevas Sánchez, 'El Canuto', un hombre tremendamente alegre y extrovertido, que pasó de pedir para las misiones en la Catedral a acompañar los pocos turistas que nos visitaban en aquellos años 50 y 60 en Córdoba. En aquel entonces la Mezquita-Catedral estaba casi a oscuras, y allí entre la penumbra de aquellas venerables columnas los chiquillos de distintos colegios que solíamos pedir para el Domund utilizábamos esas huchas que representaban a personas-tipo de «pobres» a las que había que evangelizar en la misiones: personajes con turbante, otros de raza amarilla, y también algunos de raza negra. Paradójicamente, hoy parece que ya no es necesario convertirlos, cuando son ellos los ricos que nos compran con su dinero desde equipos de fútbol hasta empresas.
Pues bien, volviendo a El Canuto, le dio por meterse a guía turístico, pero al no tener los mínimos estudios reglados optó por ser guía-furtivo o, como decía él, «a su manera», por lo que andaba siempre a escondidas para que no lo viese cualquier guía oficial y, sobre todo, aquel severo Ortega de voz ronca, el coordinador de todos ellos.
Un día salió al encuentro de un pequeño grupo de turistas sin saber ni tan siquiera en qué idioma le estaban preguntando. Sólo pudo escuchar que una señora gruesa le balbuceaba algo así como «sina-goga», y Canuto, por darse de entendido y servicial, les dijo que sí… y los encaminó al Cine Goya que estaba en el Paseo de la Ribera.
El cine de verano Goya se situaba en lo que hoy es el edificio Goya de la Ribera. La cabina de proyección estaba en el lateral que daba a la calle Caño Quebrado, con la pantalla enfrente. Una característica algo incómoda para los espectadores era la molestia que suponía el numeroso paso de tráfico por la antigua Nacional IV, cuyas luces se reflejaban en la pantalla.
Un espectador singular de este cine era Julián, que vivía en la plazuela de los Gitanos. Era el primero en entrar a la sesión cinematográfica, esperando en la puerta del cine desde muy temprano. Alto y delgado, tenía discapacidad intelectual. Hacía una mueca sonora con ambos labios, a la vez que palmas con las manos, solía pedir altramuces o pipas de girasol. Aunque a algunos niños les causara al principio algo de resquemor, pues se trataba de una persona adulta, era muy cariñoso con ellos y todos le querían. Era un personaje entrañable.
De La Higuerilla al Refugio
La Higuerilla era un establecimiento municipal en donde se solían «encerrar» o quitar momentáneamente de la circulación a aquellos que de alguna forma escandalizasen públicamente, bien por reyertas, escenas indecorosas o, más frecuentemente, por ser admiradores de Baco a los que se les sorprendía en plena calle con una monumental mona, jumera, tajada, trompa, pea, borrachera o trancazo. La existencia de este establecimiento está documentada en la prensa desde el siglo XIX. En un principio estaba cerca del Alcázar de los Reyes Cristianos, en el Campo de los Mártires.
Posteriormente, en los años 20-30 del siglo XX, este nombre de Higuerilla se cambió por el más prosaico y oficial de Refugio de Mendigos. Con frecuencia se puede observar en los boletines de la Diputación, encargada de su mantenimiento, partidas presupuestarias destinadas a este establecimiento. Allí se daba cobijo circunstancial a todos los que solían quedarse a dormir en la calle, porque no tenían vivienda, trabajo u familia, o porque quizás era su forma de vida estar a la intemperie. Su localización fue variando, porque además del Campo Santo de los Mártires se cita también un lugar muy cerca de Ayuntamiento, a espaldas del Consistorio en la calle María Cristina (o en sus tiempos Arco Real) o junto al Asilo Municipal, en Campo Madre de Dios.Este refugio para mendigos perduró hasta el fin de la guerra civil.
Terminada la guerra (1936-39) todos los que vivimos en esa Córdoba recordamos que cuando llegaban determinadas fiestas o ceremonias que implicaran acumulación más o menos desordenada de personas el Ayuntamiento, a través de la policía municipal, solía meter en otro refugio que existía entre el Cine Goya y la Puerta del Puente a los reincidentes en comportamientos poco cívicos. Y allí permanecían recluidos hasta que pasaban las fiestas. Toda aquella zona de la ciudad era el campo de acción del recordado Cabo Pino, aquel orondo guardia civil que vivía en la Calahorra, y que a consecuencia del respeto que imponía resolvía las culpabilidades al momento, y no como ahora, que entre papeles y legalismos de unos y otros los cacos o simples choricillos entran por una puerta, saludan, y salen por otra.

El Refugio entre la Puerta del Puente y el Cine Goya
La Ley de Vagos y Maleantes
Relacionado con estos refugios, todo el mundo tendrá sus motivos para rajar de las Leyes del Régimen que sostuvo a Franco durante cuarenta años en el poder, pero quizás muchos no sepan que la famosa Ley de Vagos y Maleantes que suele adjudicársele, es obra de la modélica II República (1931-1936) mediante un Decreto firmado por el presidente de la República, don Niceto Alcalá Zamora, y por el presidente del Consejo de Ministros, un tal don Manuel Azaña.
Sus firmas están recogidas en el Decreto de la Presidencia de la República inserto en la Gaceta de Madrid nº 217, de fecha 5 de Agosto de 1933, entre las páginas 874 y 877. El título del Decreto se refiere a «Estados peligrosos y medidas de seguridad» y se divide en varios capítulos en los que se desarrolla ampliamente.
Como ejemplo, en aplicación de las «medidas de seguridad» es muy rotundo el artículo 6º:
“Apartado Primero.
A los habituales se les impondrá, para que las cumplan todas sucesivamente, las siguientes medidas.
a) Internado en un establecimiento de trabajo o colonia agrícola.
b) Obligación de declarar su domicilio o residencia en un lugar.
c) Sumisión a la vigilancia de los Delegados.
Apartado Segundo.
2) A los rufianes proxenetas, a los mendigos profesionales y a los que vivan de la mendicidad ajena, enfermos mentales, lisiados, se les aplicará para que las cumplan todas las medidas siguientes (…)
3) A los que no justifiquen la procedencia legítima de su dinero
4) A los que explotan juegos prohibidos
5) A los ebrios y toxicómanos
6) A los que mediaran o traficaran con cosas sin estar autorizados
7) A los que ocultaran su verdadera identidad
8) A los que abracen conductas de inclinación al delito
9) Los extranjeros peligrosos serán expulsados de territorio nacional.”
Luego, en la posterior Gaceta de Madrid número 347 de fecha 13 de diciembre de 1934, entre las páginas 2.115 a 2.116 viene el texto que recoge la intención de este Decreto, que afecta al Departamento del Ministerio de Justicia, y donde ya aparece expresamente la coletilla tan famosa de «vagos y maleantes»:
«Decreto estableciendo tres Instituciones de tratamiento reeducador de vagos y maleantes, que consistirán, respectivamente, en un campo de concentración, con aplicación de trabajos industriales y agrícolas en los terrenos contiguos a la Prisión central de Burgos; Casa de Trabajo, en Alcalá de Henares, y otra de custodia en la antigua Prisión central del Puerto de Santa María».
El soneto a Córdoba
Volviendo al entorno de la Puerta del Puente, casi inmediato a ella se encuentra una bella placa o inscripción con el ‘Soneto a Córdoba’ que dedicara el gran Luis de Góngora a la ciudad que le vio nacer y que amaba por los cuatro costados. Seguramente, el culto poeta habría leído la hoy casi desconocida 'Descriptio Cordubae’ de mediados del siglo XV (cuyo manuscrito se conserva en el Colegio Trilingüe de la Universidad de Salamanca), del también canónigo de la Catedral de Córdoba Jerónimo de Córdoba el cual, tras sus años recorriendo medio mundo, certificó en esta obra que no había visto nada que se pareciese a su querida y amada ciudad natal.
Son tantas las coincidencias entre el texto de Jerónimo y el soneto de Góngora (ambos empiezan, por ejemplo, alabando las murallas) que parece más lógico pensar que éste es una derivación, mejorada y en verso, de aquel. Góngora tenía una deuda de amor con Córdoba, sobre todo después de que sus amigos le «pincharan» tras escribir con admiración sobre la vecina ciudad de Granada.

Placa del soneto a Córdoba de Luis de Góngora
Y es que Góngora visitó la ciudad nazarí al menos dos veces, y del encanto que le causó escribió su ‘Soneto al Sacromonte’ que empieza así: «…este monte de cruces coronado…», reconociendo el mérito de una ciudad que tuvo el privilegio de que por allí anduvieran los Reyes Católicos y Carlos V con sus respectivas cortes, artistas, literatos y humanistas que hicieron de ella el centro cultural del imperio español hasta el siglo XVII.
De la Córdoba indolente a Mario Vargas Llosa
En el Tercer Centenario de la muerte del poeta Luis de Góngora, en 1927, la Córdoba indolente permitió que lo capitalizara Sevilla y su Ateneo con todo el boato de aquella intelectualidad que daría posteriormente nombre a toda una generación poética. Al menos se pensó en abrir una suscripción popular para costear la inscripción con su famoso soneto en una lápida que se colocaría de cara a su amado río Guadalquivir. Pero como ya demostrase antes con la suscripción de fondos para el monumento al Gran Capitán, Córdoba sólo fue capaz de recaudar 620 pesetas durante los años de 1927 a 1930, importe muy inferior a lo que costaba el presupuesto, por lo que tuvo que ser el Ayuntamiento quien lo completara, quedando colocada al fin en 1930.
De Luis de Góngora y Argote nos diría el escritor, político, periodista, además de Premio Nobel de Literatura en 2010, Mario Vargas Llosa (1936-2025) lo siguiente, con motivo de su visita a Córdoba para la inauguración de la exposición Príncipes de las Letras que tuvo lugar en la Mezquita-Catedral de Córdoba en 2018 en homenaje al Inca Garcilaso de la Vega y a Góngora:

Portada del libro conmemorativo de la exposición
Palabras pronunciadas por Mario Vargas Llosa en su visita a Córdoba:
“Quede aquí constancia de mi gran gratitud al gran cordobés.
En las noches, antes de dormir, leía poesía, siempre a los clásicos del Siglo de Oro, y la mayor parte de las veces a Góngora. Era un baño lustral, resplandeciente de armonía, habitado por ninfas y villanos literarios a más no poder y por monstruos mitológicos, que se movían en paisajes quintaesenciados, entre referencias a las tabulaciones griegas y romanas, música sutil y arquitecturas depuradas. Cuanto le agradecí haber erigido ese enclave desactualizado y barroco, suspendido en las alturas más egregias del intelecto y la sensibilidad, emancipado de lo feo, de lo mezquino, de lo mediocre, de ese tramado sórdido en que se dibuja la vida cotidiana y para la mayoría de los mortales”.
Aquella visita de Mario Vargas Llosa tuvo lugar el 30 de noviembre del 2018. Horas antes de recoger el Premio Averroes de Oro de la ciudad, que le otorgaba la Asociación de Informadores Técnicos Sanitarios de Córdoba - Círculo Cultural Averroes, estuvo en la Mezquita-Catedral.
Como era previsible, allí visitó el enterramiento de su compatriota cuzqueño el Inca Garcilaso de la Vega, situado en la Capilla de las Ánimas del Purgatorio, en la que realizó una ofrenda floral. Luego se pasó por la capilla en la que reposan los restos de Luis de Góngora, para más tarde entrar al Archivo de la Catedral, en donde el presidente del Cabildo, don Manuel Pérez Moya, le hizo entrega de una edición facsímil de la almoneda del Inca, (transcripción realizada por Amelia de Paz Castro) del documento custodiado en ese mismo archivo. Asimismo, se le regaló un ejemplar del catálogo de la exposición “Príncipes de las letras: Inca Garcilaso y Góngora", celebrada meses antes, y el libro ‘La Catedral de Córdoba’, del canónigo emérito Manuel Nieto Cumplido.

Fotografía de Mario Vargas Llosa con el presidente del Cabildo y los encargados del Archivo de la Catedral de Córdoba
Recuerdo que en el entorno próximo a Mario Vargas Llosa se habló de la posibilidad de conocer ‘in situ’ la Huerta de Don Marcos, lugar en el que, según el biógrafo del poeta Miguel Artigas Ferrando (1887-1947), Góngora escribió entre 1612 y 1613 la fábula de ‘Polifemo y Galatea’, trabajo de extraordinaria originalidad, tanto temática como formal, aunque muy criticado en su momento por las metáforas extremadamente recargadas.
Pero el deseo del Premio Nobel no pudo realizarse. La cantera de Asland con la obtención a cielo abierto de piedra caliza durante muchos años, la suciedad dejada por desaprensivos, los rodales ocasionados por vehículos a motor, las vallas ilegales, así como, para rematar, la presencia de parcelaciones urbanísticas incipientes, ya habían desfigurado para siempre aquel antaño bucólico terreno a orillas del arroyo Pedroches, muy cerca del Puente de Hierro.
El poeta, cumbre de las letras españolas, pese a quien le pese, tras abandonar amargado la corte falleció en Córdoba el 23 de mayo de 1627 en su casa, cercana a la plaza de la Trinidad (salvajemente derrumbada en los años 60 del siglo XX), a causa de una apoplejía que arrastraba desde un año antes.